Keynes: arte, bombas y sexualidad
*Por Samantha Vaccari
Corría el año 1918 y Francia resistía, precariamente, en los territorios que aún no habían sido ocupados por Alemania durante la Primera Guerra Mundial. En Flandes y el norte de Francia el infierno se había teñido de barro hacía pocos meses, y la desesperación acosaba a todo el país.
Mientras la artillería alemana empezaba a desplegarse sobre París, Vanessa Bell, pintora y hermana de Virginia Woolf, y el pintor, Duncan Grant, ponían al corriente a John Maynard Keynes acerca de una subasta de pinturas contemporáneas que se celebraría próximamente en París. Si bien algunos testimonios difieren y señalan que en realidad fue otro pintor, Roger Fry, quien avisó a Keynes, lo cierto es que todos ellos pertenecían al Círculo de Bloomsbury, un grupo de intelectuales británicos que destacaron en el terreno artístico, literario y social a principios del siglo XX. Fry opinaba que pintores como Cezanne, Édouard Manet y Paul Gauguin eran genios aún no reconocidos, cuyas obras merecían un lugar en la National Gallery de Londres y Keynes acordaba con él.
En una nota de David García-Maroto para El Independiente, el periodista cuenta que hacia el año 1915, Maynard ya se había incorporado oficialmente al Ministerio de Hacienda británico para administrar las finanzas durante la guerra. En aquel entonces, Gran Bretaña no solo dedicaba considerables sumas de dinero a armamento sino que también actuaba como banco europeo moviendo fondos desde las arcas de EE.UU hasta los países aliados, mientras muchas instituciones veían recortados sus presupuestos. Una de ellas era la National Gallery, a la que se le retiró la subvención anual para la compra de obras de arte una vez iniciada la contienda. El plan keynesiano, consistía en solicitar al Tesoro británico el financiamiento necesario para comprar parte de la colección que sus amigos recomendaban. Anticipándose al posible rechazo del gobierno, ante la dificultad de justificar el gasto, el economista planteó de otra forma la propuesta. En un informe enviado a la cúpula del Ministerio de Hacienda señaló: «En virtud del convenio firmado con el Tesoro francés, estamos autorizados a acometer gastos oficiales en Francia a cuenta de los préstamos que les hemos concedido». Lo que el economista daba a entender es que el dinero prestado a Francia para financiar la guerra era, a esas alturas, tan difícil de recuperar que sería preferible utilizar el convenio entre ambos países para adquirir una colección de cuadros a modo de inversión.
La subasta se celebró en la Galería Roland Petit de París los días 26 y 27 de marzo. Los cuadros pertenecían a la colección privada del artista Edgar Degas, quien había sido marchante de arte y había fallecido unos años antes. Maynard se dirigió hacia allí en compañía de sir Charles Holmes, entonces director de la National Gallery, y de 20.000 libras esterlinas provenientes del Tesoro británico. Según relata una nota de la BBC, conscientes de la reticencia de los franceses a venderle a un postor británico, Holmes se afeitó el bigote y adoptó un falso acento francés. La prensa inglesa se hizo eco de la subasta sin mencionar a Keynes y su acompañante en ningún momento. Lo que sucedió a continuación, lo relata Holmes en sus memorias:
A las 3 p.m un bum sordo sonó fuera, como si hubiera caído una pequeña bomba.
A las 3.15, cuando las pinturas más importantes estaban a punto de ser ofrecidas, otra explosión sacudió el vecindario. Era el estruendo de los proyectiles disparados por un supercañón alemán a 130 kilómetros de distancia.
En aquel momento muchos postores huyeron asustados. Los precios se desplomaron. Keynes y Holmes permanecieron en sus asientos. «Me he comprado cuatro obras y la nación, otras 27» diría Maynard a Duncan Grant posteriormente en un telegrama.
De entre los cuadros que adquirió la National Gallery, algunas crónicas destacan la “Ejecución de Maximiliano” de Édouard Manet, un retrato hecho por Eugene Delacroix, una campiña romana de Jean-Baptiste Camille Corot, la pequeña pintura “Edipo y la Esfinge” de Jean Auguste Dominique Ingres y el “Jarrón con flores” de Paul Gauguin. Ante la negativa de Holmes de pujar por el cuadro “Pommes” de Cézanne, Keynes decidió comprarlo con su propio dinero, así como otros tres cuadros de Delacroix e Ingres que añadió a su colección.
Al finalizar la subasta, Holmes y Keynes volvieron a Londres desde París. Subieron a un tren repleto de parisinos que huían del bombardeo alemán y, desde Boulogne, cruzaron el Canal de la Mancha, en alerta máxima por torpedos alemanes. En el camino, se les unió el diplomático Austen Chamberlain, quien se ofreció a llevar a Keynes a la finca de Charleston, lugar en el que se reunía con el Grupo de Bloomsbury. Un kilómetro antes de llegar, el auto oficial se quedó atascado en el barro, por lo que tuvo que hacer el resto del camino a pie. A pocos metros de su destino, agotado por el viaje, dejó el equipaje (donde guardaba los cuadros adquiridos) al borde del camino, entre los árboles.
En diálogo con la BBC en 1969, Duncan Grant concluyó la historia:
— Al llegar dijo: si bajas por este camino, hay un Cezanne a la entrada.
¿Cuánto influyó el círculo de Bloomsbury en esta historia? ¿Y cuánto influyó en la vida de Keynes?
Duncan Grant y el Círculo de Bloomsbury
Keynes se veía a sí mismo como una persona muy poco atractiva. “Repulsivo” era una palabra que repetía frecuentemente para describirse y, en comparación con otros testimonios, el suyo era una muestra de amor propio. Cuando lo conoció, Virginia Woolf, miembro importante del grupo de Bloomsbury, lo comparó con “una foca hinchada y con papada” No obstante, más adelante se corregiría: “es cierto que es muy asqueroso y tiene una extraña mirada de anguila hinchada” pero admitió que sus ojos eran “extraordinarios”
Según el historiador Richard Davenport-Hines y autor del libro Universal Man: The Lives of John Maynard Keynes, el economista compensaba su falta de atractivo coqueteando y los hombres y mujeres que le interesaban rápidamente se sentían atraídos por su encanto. El coqueteo, formaba parte del paquete, junto con su inteligencia, intuición, lucidez e improvisación.
Keynes tuvo relaciones sexuales por primera vez con otro hombre en 1901 cuando tenía aproximadamente diecisiete años. Sabemos esto por una lista de parejas sexuales que compiló entre 1915 y 1916, y que se encuentra en el archivo de Keynes en el King’s College de la Universidad de Cambridge, junto a otras cartas y documentos. El inicio de su actividad sexual se vio marcado fuertemente por el fantasma de Oscar Wilde. Sus juicios y su condena por “sexualidad desviada”, enseñaron a varias generaciones de jóvenes ingleses que, ciertos actos sexuales, traen consigo el castigo judicial y la ruina social cuando estos salen a la luz. Lo privado, jamás debía volverse público.
El romance entre Duncan Grant y Keynes comenzó en junio de 1908 y como Grant acababa de terminar una relación con Lytton Strachey, ex amante y amigo de Keynes, debieron proceder con discreción en su círculo cercano. Las cartas dirigidas a Grant en el transcurso de aquel año, ponen de manifiesto el amor y el compromiso que Maynard sentía por él. No seré realmente feliz hasta que te vuelva a ver. Te amo demasiado y ahora no puedo soportar vivir sin ti. Vivieron juntos por un tiempo corto y se tomaron unas vacaciones a finales de 1908. Aquellos dos meses, con Grant pintando y Keynes escribiendo su Tratado de probabilidad, fueron tiempos felices cuyo recuerdo aún se conserva, plasmado en uno de los retratos de Grant.
Continuaron con su relación hasta al menos 1915, y diversos son los motivos que la hicieron llegar a su fin, aunque nunca dejaron de ser amigos. Davenport-Hines sugiere que, las causas principales de la ruptura fueron el romance de Duncan Grant con Vanessa Bell (si bien Grant y Keynes no mantenían una relación monógama, el contacto entre Duncan y Vanessa se había intensificado notoriamente) y lo doloroso que resultaba para Grant las demostraciones de “superioridad intelectual” de Keynes. El hecho de que Virginia Woolf llamara a la pareja de Keynes (y amante de su hermana) “El idiota” no ayudaba a superar este obstáculo.
Vanessa Bell y Duncan Grant tuvieron una hija el día de Navidad de 1918. Aquel mismo año John Maynard Keynes conoció a la bailarina rusa, Lydia Lopokova, quien para aquel entonces ya era una leyenda. De ella se decía que era la única mujer que había besado a Arthur Pigou y su aterrizaje en Bloomsbury despertó todo tipo de opiniones. Mientras que a Bell le molestaba su charla intrascendente, sus bromas estúpidas y la pérdida de tiempo que suponía para el grupo, a Virginia Woolf, le gustaba la influencia “no intelectual” de Lydia e incluso se inspiró en ella para construir el personaje de Lucrezia Warren-Smith, en su novela La señora Dalloway.
El historiador Davenport-Hines señala que hasta 1923 Keynes mantuvo, en simultáneo, un romance con Sebastian Sprott, de quien Lopokova estaba al tanto. Ambos hombres planeaban pasar juntos las vacaciones de Semana Santa en el norte de África, pero debido a las protestas de la bailarina, estas nunca se concretaron y Sprott fue apartado de la vida sexual de Keynes. La pareja se casó en 1925, pocos días después de la legalización del divorcio entre Lydia y Randolfo Barocchi, de quien ya se había separado en 1917. Grant fue el único amigo varón invitado a la ceremonia y asumió el rol de padrino.
A quién leemos cuando leemos a Keynes
Cassandra Forster-Broten plantea una pregunta interesante en su tesis de grado, al cuestionar por qué motivo Keynes, quien estaba al tanto de los peligros de la publicidad de sus actos sexuales, llevaba un registro cuidadoso acerca de sus encuentros y enviaba correspondencia (muy) explícita a sus parejas desde sus domicilios laborales.
Mientras que en la biografía de Davenport-Hines, el autor afirma que Maynard compartimentó su vida de acuerdo con la cultura victoriana de la época y debió hacerlo porque, para vivir su vida de forma productiva debía estar libre de manchas, Foster-Broten discrepa. La autora, sostiene, en cambio, que el economista no se disculpaba por su sexualidad y la forma en que vivía su vida privada.
Haciendo una relectura feminista sobre Keynes, a partir del concepto de interseccionalidad, Foster-Broten argumenta que la vida privada del economista, tuvo efectos en su vida pública y en su forma de hacer y pensar la teoría económica. En este sentido, la noción de interseccionalidad es utilizada para señalar las formas en las que distintas categorías (clase, género, raza, sexualidad, etc) interactúan y generan las múltiples dimensiones que conforman las experiencias de las personas. Tomando los aportes de la socióloga estadounidense Patricia Hill Collins, no se trata de “sumar” desigualdades o establecer una clara jerarquía, en tanto una desigualdad adquiere supremacía sobre las otras, sino de entender que los paradigmas interseccionales hacen una contribución importante al explicar cómo se organiza la dominación. De esta forma, las opresiones interseccionales se ven entrelazadas en una matriz de dominación, a partir de la cual se constituyen los individuos en diferentes posiciones de poder, e incluso en posiciones diferentes de opresor y oprimido simultáneamente. ¿Acaso existen vidas que no estén manchadas?
Cassandra Forster-Broten sostiene que resulta necesario hacer una relectura feminista sobre Keynes por varios motivos. En primer lugar, porque ninguno de sus biógrafos con anterioridad analizó las diferentes maneras en las que se mostró a favor de la “justicia de género” y de dónde provenían estas posturas. Para la autora, su relación con distintas feministas (su madre, Virginia Woolf y Vanessa Bell) influyeron en las expresiones públicas de Keynes acerca de distintas causas del movimiento de mujeres de la época. En el ensayo ¿Soy liberal?, el economista aboga por la equidad salarial, el derecho de la mujer a usar anticonceptivos, a divorciarse y a mantener la independencia económica a la vez que reconoce que el movimiento por el sufragio femenino era solo el comienzo para abordar los problemas de largo alcance que enfrentan las mujeres y las disidencias sexuales. Acerca de esto último, Christopher Reed postula que las relaciones no normativas del economista no referían únicamente a sus vínculos con otros hombres, sino también a su propio matrimonio. Algunos ejemplos son la vestimenta masculina de Lydia (travestismo, para la época), casos en los que se firman cartas entre ellos utilizando lenguaje no binario, y su realización en formas de intimidad sexual que no requerían un género específico.
En segundo lugar, es necesaria una relectura feminista de la vida de un economista importante porque describe las formas en las que lo personal es político (y lo político es personal) para todos los individuos. Observar la vida de Keynes a través de una lupa feminista altera la naturaleza masculina de la economía, cuestiona los tipos de masculinidades presentes en las ciencias económicas y puede usarse, de manera más amplia, como un método para estudiar otras figuras históricas.
Por último, porque si las teorías de Keynes siguen vivas, los debates en relación a su figura también lo están. En el año 2013, Niall Ferguson, historiador y profesor de Harvard, debió disculparse tras las críticas que recibió al afirmar que a Keynes no le preocupaba el futuro porque no tenía hijos y era gay. En un artículo de la National Review, en respuesta al alboroto por los comentarios de Ferguson, Jonah Goldberg resaltó que si bien no acordaba con Ferguson “tampoco es inaudito, en el mundo académico, especular que la orientación sexual (o raza, o género, etc.) de una persona puede influir en sus opiniones sobre las políticas públicas. ¿Es realmente una locura ahora pensar que tener hijos cambia los horizontes temporales de una persona?” El debate continuó hasta 2017, cuando David Frum, en relación a un post de Bruce Barlett en el blog del The New York Times, se preguntaba: ¿Era Keynes mejor economista por ser gay? Y se respondía: probablemente.
Resulta curioso, que mientras todos estos cuestionamientos son validados al publicarse en prestigiosos medios periodísticos, nunca se cuestiona cómo los economistas heterosexuales llevan sus experiencias a sus trabajos. Las implicancias de esto, en palabras de Foster-Broten, es que solo las sexualidades desviadas hacen “subjetivo” a un individuo.
A lo largo de este artículo he intentado repasar distintos materiales acerca de la vida de John Maynard Keynes, entendiendo que el análisis interseccional no solo amerita a la hora de estudiar la formación de desigualdades sino también de subjetividades, y que toda teoría se encuentra impregnada de ellas. Si bien queda por desarrollar mucha investigación en relación al impacto de las vivencias de Keynes en su teoría económica, y nada en esta nota puede ser tomado de manera concluyente, considero que puede ser útil a la hora de pensar desde dónde miramos a los economistas, y sobre todo, desde dónde los leemos.
Al utilizar la idea de interseccionalidad como herramienta, podemos ver la vida de Keynes como una red de experiencias y relaciones interconectadas. Un viejo chiste sobre la amplitud mental de Keynes dice que si uno “pone a cinco economistas en una habitación, en poco tiempo tendrás seis opiniones, dos de ellas del Sr. Keynes” Y esta amplitud no habría sido posible sin las distintas perspectivas que obtuvo al vivir una identidad no normativa.