¿Por qué la teoría neoclásica no puede explicar las brechas de género?

Historias Económicas
15 min readOct 10, 2021

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*Por Samantha Vaccari

Un video recorrió Twitter hace unos días: es un video de Milton Friedman rechazando las leyes de igualdad salarial.

“Las mujeres que van hoy en día pidiendo el mismo salario por el mismo trabajo están siendo antifeministas” — dice Milton, con tono pausado, lápiz en mano y una sonrisa en el rostro. Y continúa:

“El efecto real de exigir igualdad salarial es perjudicial para las mujeres. Si las habilidades de las mujeres son superiores a las de los varones […] entonces la ley no ayuda, porque entonces no podrán competir y solo podrán cobrar el mismo salario. Si sus habilidades fuesen inferiores por cualquier razón, quizás no sea por su sexo, quizás sea solo porque han estado fuera del mercado laboral, quizás sea por otras razones, y vos decís que la única forma de contratarlas es pagándoles el mismo salario, entonces les estás negando el único arma con el que pueden defenderse. Si el rechazo de los varones a contratar mujeres es porque son machistas […] ¡Con más razón! Querés que les cueste caro ejercer sus prejuicios. […] Si las mujeres tienen libertad de competir, y de decir, mirá yo te ofrezco mi trabajo por menos, entonces él [quien contrata] solo puede contratar varones si está dispuesto a asumir el costo. Si las mujeres son realmente igual de buenas que los varones, entonces él está pagando un precio por discriminar. […] Cuando tratas de conseguir leyes de “mismo salario por mismo trabajo” lo que estás haciendo es reducir a cero el costo impuesto sobre aquellos que discriminan por razones irrelevantes. Y a mi me gustaría que paguen un costo”.

¿De dónde vienen estas ideas? ¿Por qué hay quienes las defienden? ¿Cómo trata la economía neoclásica las brechas de género en el mundo del trabajo?. Acompáñenme en este breve recorrido histórico de la mano del análisis de Michèle Pujol.

Alfred Marshall y la teoría del Capital Humano:

Según argumenta Michèle Pujol, es posible analizar el enfoque de Alfred Marshall sobre el rol de la mujer en una economía capitalista a partir de su teoría del Capital Humano, en el libro IV de Principios de Economía (1890).

Marshall empieza el libro IV de Los principios, explicando que los factores de producción son tres: tierra, trabajo y capital, y de ellos, el trabajo tiene propiedades que lo hacen superior al resto. La más importante: es capaz de crear capital. En este sentido, la fuerza laboral de un país es vista como uno de sus activos más importante y, como tal, requiere de cierta inversión (ya sea pública o privada) para mantenerla, aumentarla y mejorarla.

Para mejorar la fuerza laboral (es decir, para aumentar la productividad de los trabajadores), el autor propone un conjunto de medidas entre las que se destaca la educación de clase trabajadora en su conjunto. El objetivo principal de la educación es el de satisfacer las necesidades de la industria de una mano de obra calificada, para hacer de los futuros trabajadores productores eficientes. Y si bien los beneficios de la educación van en gran parte a la sociedad en general y a la industria privada, la decisión acerca de si los niños deben recibir educación (y qué tipo de educación en particular) corresponde a los padres. Por este motivo, “la inversión de capital en la educación y primera enseñanza de los trabajadores en Inglaterra está limitada por los recursos de los padres en las diversas clases de la sociedad, por su facultad de prever el futuro y por su voluntad de sacrificarse por sus hijos” (Marshall, 1920, p. 467). Hay en esta idea de Marshall, “un sentido de deber social, de responsabilidad por el bienestar de la próxima generación” (Pujol, 1992, p. 126). Y este deber “se exige especialmente a las mujeres; las madres, más que a los padres, [ellas] están llamadas a sacrificarse por el bien de sus hijos” (Pujol, 1992, ibídem).

El sacrificio que se les exige a las mujeres es el de renunciar al empleo, por ser incompatible con su rol en el hogar, y por ende, con su deber social en la inversión en capital humano:

“El capital más valioso es el invertido en seres humanos; y de ese capital, la parte más preciosa es el resultado del cuidado y la influencia de la madre, siempre que conserve sus instintos tiernos y altruistas y no se haya endurecido por la tensión y el estrés del trabajo poco femenino”. (Marshall, 1920, p. 469)

Siguiendo a Pujol, si bien Marshall sostiene que las mujeres tienen un “instinto tierno y altruista” para dar prioridad al cuidado de sus hijos, no parece confiar en que esto sea suficiente “para generar en ellas las cualidades y el comportamiento que más beneficiarán a la sociedad industrial” (Pujol, 1992, p. 127). Teniendo en cuenta que, desviadas hay en todas partes, una forma de “ayudarlas” a encontrar el camino es mediante la intervención estatal. Aquí aparece la cuestión salarial.

“[…] la oferta y la demanda ejercen influencias coordinadas sobre los salarios; […] Los salarios tienden a igualar el producto neto del trabajo; su productividad marginal gobierna el precio de demanda; y, por otro lado, los salarios tienden a mantener una relación estrecha, aunque indirecta e intrincada, con el costo de criar, capacitar y mantener la energía de una mano de obra eficiente” (Marshall, 1920, p.442).

La relación “estrecha e intrincada” a la que se refiere Alfred es, según nota Pujol, la relación entre el precio de oferta del trabajo y los niveles salariales de subsistencia. Dice Marshall: “[…]existe cierto nivel de consumo que es estrictamente necesario para cada grado de trabajo, de tal modo que si el nivel de consumo se ve restringido, el trabajo no se puede hacer de manera eficiente […]” (Marshall, 1920, p. 439). El nivel de consumo, está determinado por una canasta de bienes tal que:

“ […] las necesidades para la eficiencia de un agricultor o de un trabajador urbano no calificado y su familia […] consisten en una vivienda bien ventilada con varias habitaciones, ropa abrigada, ropa interior, agua pura, abundante provisión de cereales, una ración moderada de carne y leche, un poco de té, algo de educación y recreación y, por último, suficiente libertad para que su esposa [se vea libre] de otros trabajos, y se le permita desempeñar adecuadamente sus deberes maternales y domésticos” (Marshall, 1920, p. 58).

En palabras de Pujol: “Aquí Marshall aboga por un salario familiar y suscribe totalmente a la opinión de que el núcleo familiar, con una división sexual específica del trabajo, es la unidad (económica y de reproducción) básica más eficiente en la sociedad capitalista” (Pujol, 1992, p. 131).

El nivel y determinación de los salarios de las mujeres no se investigan de manera específica en Los Principios, sino en Economía de la Industria (1881), escrito en conjunto con Mary Paley Marsall (su esposa). Allí, los autores explican: “En Inglaterra, muchas mujeres reciben salarios bajos, no porque el valor del trabajo que realizan sea bajo, sino porque tanto ellas como sus empleadores han tenido la costumbre de dar por sentado que los salarios de las mujeres deben ser bajos. A veces, incluso cuando hombres y mujeres hacen el mismo trabajo en la misma fábrica, no sólo el salario horario, sino también el salario por tarea de las mujeres son más bajos en comparación con el de los hombres. En la medida en que esta desigualdad se deba a la costumbre, desaparecerá con el avance de la inteligencia y de los hábitos de competencia.” (Marshall y Paley, 1881, pp. 175–176).

Así, Alfred y Mary Paley Marshall no atribuyen las diferencias salariales entre varones y mujeres a diferentes productividades marginales, sino que se asocian con la percepción que el empleador tiene sobre el trabajo de la mujer. El factor más influyente sobre ellos, es que la mujer no podrá permanecer a largo plazo en el mercado laboral remunerado dadas sus obligaciones hacia el cuidado de la familia. Obligaciones que Marshall ratifica, en Los Principios, en tanto inversión en Capital Humano. En relación a la cuestión del salario mínimo, Marshall recomienda “ajustar el salario mínimo a la familia en lugar de al individuo” (Marshall, 1920, p. 595)

Por lo tanto, “Este enfoque afirma que todas las mujeres deben pertenecer a una familia y que sus ingresos, si los hay, tienen el único propósito de complementar los ingresos de los hombres […] se puede deducir, […]que los salarios de las mujeres no necesitan estar relacionados con sus propios requisitos de subsistencia o con su propia productividad, sino que solo deben estar relacionados con la tasa de salario masculina”. (Pujol, 1992, p.130).

Arthur Cecil Pigou y la injusticia salarial

En comparación con autores anteriores, Pigou dedicó bastante espacio en sus obras al estudio de la desigualdad salarial entre mujeres y varones. Además de dedicarle varios capítulos al tema en Economía del bienestar (1920), también publicó el ensayo “Salarios de hombres y mujeres” que aparece en Essays in economics (1956).

En Economía del bienestar (1920), Pigou identifica que:

“La idea común es que a las mujeres normalmente se les paga menos que a los hombres porque los salarios de los hombres tienen, en general, que mantener a una familia, mientras que las mujeres solo deben mantenerse a ellas mismas. Esto es muy superficial”. (p. 565).

Para Pigou, los salarios se basan en la productividad marginal, no en los requisitos de subsistencia: “cualesquiera que sean los métodos [de remuneración] que se adopten en cualquier industria, la tendencia general de las fuerzas económicas será hacer que los salarios ofrecidos para cada clase de trabajadores se aproximen…al valor del producto neto social marginal de esa clase” (Pigou, 1920, p.473)

Sin embargo, la vida real puede alejarse de esta tendencia general y los salarios pueden diferir del valor del producto marginal del trabajador. Por esto, Pigou diferencia entre salarios justos y salarios injustos.

Los salarios son justos cuando “están en proporción a la “eficiencia”; y la eficiencia de un trabajador se mide “por su producto neto, concebido como marginal, multiplicado por el precio de ese producto” (p. 550).

Los salarios pueden ser injustos por dos motivos: 1) “los salarios pueden ser injustos en algún lugar u ocupación, porque, aunque son iguales al valor del producto neto marginal del trabajo reunido allí, éste no es igual al valor del producto neto marginal y, por lo tanto, a la tasa de salario de trabajo similar reunido en otros lugares” (p. 551) y 2) porque existe explotación: “los trabajadores son explotados en el sentido de que se les paga menos del valor que su producto marginal tiene para las empresas que los emplean” (ibidem).

Después de analizar estas dos excepciones, Pigou afirma que su teoría de salarios justos hasta este punto es de “aplicación bastante general” (universal) y se cumple. No obstante, a continuación agrega: “[…] todavía queda un problema algo especial que surge de la relación entre los salarios de los hombres y los de las mujeres, que nuestro análisis no cubre” (p.564)

¿Cómo se determinan entonces los salarios de las mujeres en la teoría económica de Pigou? Para él, los factores de oferta y demanda “juntos gobiernan y determinan la relación entre el nivel general de salarios por día pagado [jornales] a miembros representativos de los dos sexos” (p. 566). Los factores determinantes de los jornales de las mujeres son, por el lado de la demanda, los niveles de productividad de la mujer y el “valor de una mujer” para los empleadores, y por el lado de la oferta, los elementos que influyen en la participación de las mujeres en la fuerza laboral. (Pujol, 1992, p. 152).

Veamos los determinantes de la demanda (que se vincula con el tema de moda): el nivel de productividad y el “el valor de la mujer para el empleador”

Ya sea por costumbre, o por elección, las mujeres tienen productividades diferentes a las de los varones:

“La eficiencia productiva de una mujer representativa en relación con la de un hombre representativo es diferente en diferentes ocupaciones: en algunas, como la enfermería y el cuidado de los niños, es mucho mayor; en otros, como la minería del carbón y el trabajo de los peones, es mucho menor. Si supiéramos lo suficiente de los hechos, podríamos elaborar una lista de todas las ocupaciones, dando para cada una de ellas la cantidad de trabajo normal de un hombre a la que equivale un día o una semana de trabajo normal de una mujer” (Pigou, 1920, p. 565).

Si bien Pigou no especifica un listado de ocupaciones ni construye dicha tabla de equivalencias (que podría llegar a demostrar las diferencias en las productividades), por el contrario sí especifica un ciclo de vida (laboral) particular para las mujeres, que las hace menos productivas:

“Las mujeres, que esperan, como lo hacen, el matrimonio y la vida en el hogar, no están capacitadas para la industria como los hombres, y no dedican a ella el período de sus vidas en que son más fuertes y más capaces. Así, entre los períodos de edad de 18–20 y 25–35 hay una gran disminución en el porcentaje de mujeres que se dedican a ocupaciones asalariadas, y esto se debe, sin duda, a la retirada de muchas de ellas al contraer matrimonio. […] En el período de edad 45–55, y aún más marcadamente en el período 55–65, mientras que el porcentaje de hombres “ocupados” desciende muy rápidamente, el porcentaje de mujeres “ocupadas” apenas desciende, la explicación es que muchas mujeres regresan a industria tras la muerte de sus marido”. (Pigou, 1920, p. 564).

En cuanto al “valor de la mujer para el empleador”, en el ensayo “Salarios de hombres y mujeres” (1956), Pigou explica que la decisión del empleador para contratar mujeres y/o varones se basa en la comparación de un ratio v (el valor/eficiencia* de un hombre para el empleador dividido por el valor/eficiencia de una mujer para el empleador) con el ratio de salarios Wm/Wf. (Siendo Wm el salario de varones, y Wf el salario de mujeres).

“Estos valores de v variarán desde ocupaciones en las que un hombre vale mucho más que una mujer, digamos, cargando carbón, de modo que v es mayor que la unidad, pasando por ocupaciones en las que sus valores son cercanos, hasta ocupaciones como enfermería y cuidado de niños pequeños, en los que una mujer es más valiosa que un hombre, de modo que v es menor que la unidad”. (Pigou, 1952, p.219)

De esta forma, si v > Wm/Wf, solo se contratan varones, si v < Wm/Wf, solo se contratan mujeres y si v = Wm/W (¡milagro!) el empleador estará indiferente entre ambos. “en estas “ocupaciones marginales” […] los salarios de eficiencia de los dos sexos son iguales” (ibidem)

Aunque, puede fallar, ya que más adelante en el texto, Pigou aclara que hay otros “factores” que el empleador puede tener en cuenta, en las página siguientes ejemplifica:

Becker

Teniendo presente el análisis de Pujol sobre Marshall y Pigou, podemos afirmar que, a grandes rasgos, Becker no aportó nada nuevo a la explicación acerca de las diferencias salariales entre varones y mujeres. Literalmente, no lo hizo, ya que como explica Cristina Carrasco Bengoa, “los estudios sobre la distribución del tiempo en el interior de la familia de Becker fueron una continuación de las conceptualizaciones realizadas por [Margaret] Reid**”. (Carrasco, 2016, p. 209).

De acuerdo con Anzorena (2009), la única contribución de Becker en Tratado sobre la familia (1981) radica en que, a diferencia de la teoría neoclásica del capital humano, que divide tiempo de mercado (productivo) y tiempo de ocio (improductivo), el autor considera productivo al trabajo doméstico.

“De este modo aplica para la familia la teoría de las ventajas comparativas. Según estas

ventajas, un hogar eficiente es aquel donde cada miembro, se va a especializar en el hogar o en el mercado según tenga mayores ventajas comparativas, y una vez especializada/o cada miembro invertirá únicamente capital humano para el mercado o capital humano para lo doméstico, según se haya especializado en uno o en otro.” (Anzorena, 2009, p. 4).

Dado que, para Becker, las mujeres son quienes “controlan” el proceso reproductivo a nivel biológico e invierten tiempo en esta capacidad reproductiva, ellas son las más idóneas para realizar las tareas domésticas (tanto por las ganancias por las inversiones especializadas, como por las diferencias intrínsecas o biológicas).

Y esto, a su vez, explica la menor remuneración en el mercado de trabajo para las mujeres.

“Las inversiones especializadas y la asignación del tiempo, así como las ventajas comparativas, debidas a diferencias biológicas implican que los hombres casados se especializan en el mercado y las mujeres casadas en el hogar. Por consiguiente, el salario de mercado de los hombres casados será superior al de las mujeres casadas, debido en parte a que las mujeres asignan más tiempo al hogar e invierten más en capital humano doméstico” (Becker, 1981, p.43).

De esta forma, los tiempos de los varones y mujeres se presentan como complementarios (en el disfrute sexual, en la producción de hijos y de otras mercancías producidas por el hogar). Y esta complementariedad implica que “[…] los hogares compuestos tanto por hombres como por mujeres son más eficientes que los hogares formados por individuos de un único sexo […]” (Becker, 1981, p. 43). Por consiguiente, cualquier hogar que no cumpla con el mandato de heterosexualidad sería ineficiente.

En Tratado sobre la familia (1981), Becker no analiza de forma exhaustiva la discriminación salarial como sí hace en Economía de la discriminación (1957). Allí, establece que “Un empleador discrimina al negarse a contratar a alguien con un producto de valor marginal superior al costo marginal (p.39).

Teniendo en cuenta que “El dinero, comúnmente utilizado como nivel de medida, también servirá como medida de discriminación. Si un individuo tiene un “gusto por la discriminación”, deberá actuar como si estuviera dispuesto a pagar algo, ya sea de forma directa o indirecta, a través de una reducción de los ingresos, por el hecho de asociarse con algunas personas en lugar de otras. Cuando ocurre un hecho de discriminación, él

deberá pagar un costo o perder ciertos ingresos por hacer uso de este privilegio. Esta sencilla forma de ver el asunto capta la esencia del prejuicio y la discriminación”. (p. 14).

De esta forma, las firmas o empleadores que discriminan tendrán siempre mayores costos que aquellas que no discriminan (por lo que a la larga, no podrán competir). Y si la productividad de varones y mujeres fuera la misma (cosa que ni Marshall, ni Pigou, ni Becker afirman en ningún momento), los costos para los empleadores que discriminan serían mayores y no sería necesario intervenir con leyes de igualdad salarial, como decía Friedman.

¿Por qué la economía neoclásica no explica las brechas de género?

Ninguno de los argumentos expuestos hasta ahora (si llegaste hasta acá, gracias) explican las brechas de género (en concreto, la brecha salarial de género, que es en la que nos concentramos, aunque podrían haber sido otras). Quizás las legitiman, o las rechazan, pero, ¿explicarlas?. Jamás.

¿Por qué ocurre esto? Terminemos el texto como lo empezamos. Démosle la palabra a Pujol:

“En sus supuestos, la economía neoclásica simplifica y estereotipa la naturaleza de la vida, las relaciones sociales y las motivaciones económicas de la mujer. Por ejemplo, las mujeres tienden a ser vistas como esposas y madres […], y la familia se describe sistemáticamente como una entidad armoniosa y consensuada. Al asumir el predominio de las relaciones sociales que quiere perpetuar, la economía neoclásica deriva enfoques teóricos y políticas que tienden a replicar tales relaciones sociales. Por ejemplo, el supuesto neoclásico estándar de la prevalencia de un mercado perfectamente competitivo sirve para oscurecer la naturaleza de los problemas que enfrentan las mujeres en el mercado laboral. También sirve para “predecir” que tales problemas (en la medida en que existan en la mente de los economistas neoclásicos) desaparecerán como resultado de la competencia.[…]

Los salarios de las mujeres y las condiciones de empleo de las mujeres nos permiten poner a prueba la universalidad de la teoría de la productividad marginal de los salarios y de los enfoques neoclásicos del mercado laboral. Se hace evidente, no solo que la teoría no explica las desigualdades salariales que padecen las mujeres, sino que existe un fuerte rechazo por parte de los economistas neoclásicos a reconocer este fracaso. Porque de hacerlo, tendrían que, o bien admitir los límites de su enfoque, o bien pronunciarse a favor de medidas correctivas que permitieran a las mujeres acceder a las condiciones ideales donde se aplica su doctrina. Teniendo que enfrentarse a este problema vergonzoso, los economistas han optado por la estrategia de la huida, alegando la excusa de que existen elementos extraeconómicos.

Las creencias sesgadas a las que han tenido que recurrir los economistas neoclásicos para contrarrestar los enfoques desarrollados por las feministas de la época [de aquellas épocas], muestran un asombroso ejercicio apologético [del capitalismo, y el patriarcado], que tiran por la borda la consistencia interna del modelo neoclásico.” (Pujol, 1992, pp.7–8)

* ”Valor” es la expresión que usa en el ensayo “Salarios de hombres y mujeres” (1956) y “eficiencia” es la expresión que utiliza en “Economía del bienestar” (1920)

** A propósito, siguiendo a Carrasco Bengoa, Margaret Reid “fue una profesora de la Universidad de Chicago, que discutió e inspiró los estudios de algunos de sus compañeros de facultad, particularmente, de Milton Friedman, Franco Modigliani y Gary Becker; todos ellos posteriores premios Nobel. […] Becker nunca hizo mención de la deuda intelectual que tenía con Reid; reconocimiento, en cambio, que sí han hecho Friedman y Modigliani en relación a la hipótesis de la renta permanente y a la hipótesis del ciclo vital respectivamente […]. Modigliani agradeció y reconoció la contribución de Reid a sus trabajos incluso en su discurso al recibir el Nobel. El agradecimiento de Friedman fue bastante menor sin llegar a reconocer que la idea original de la hipótesis de la renta permanente había sido de Reid. De hecho, hoy la hipótesis se atribuye a Friedman”. (Carrasco, 2016, p.209)

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