¿Quién fue Marcelo Diamand?

Historias Económicas
13 min readAug 1, 2021

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*Por Samantha Vaccari

Marcelo Diamand fue un empresario, ingeniero electrónico y economista autodidacta cuyas ideas resultan fundamentales para el pensamiento económico nacional.

En uno de los encuentros del Seminario de Historia del Pensamiento Económico Argentino, organizado por el CIDED (UNTREF) y el IIEP (CONICET-UBA), Juan Odisio relata que Diamand nació en en el seno de una familia judía en Cracovia (Polonia) en 1929. En los años previos a la invasión nazi, y atento a los eventos que se estaban desarrollando en el país, su padre decidió emigrar hacia América Latina, con el fin de trasladar próximamente al resto de la familia allí. Así, en un primer momento, Marcelo Diamand, su hermana Ana, y su madre, permanecieron en Cracovia. Cuando se produce la invasión nazi en el año 1939, los tres debieron huir a pie del país y, escondidos en un carro de heno, lograron llegar a la frontera rusa. Sin embargo, la llegada a la URSS no resultó del todo feliz, ya que en esta primera etapa de la Segunda Guerra Mundial, Rusia y Alemania ya habían firmado el Pacto Ribbentrop-Mólotov, por el cual se repartían a Polonia en dos partes: una para cada una. Por este motivo, los trasladaron a un campo de trabajo en Siberia, donde permanecieron hasta 1941, momento en el cual los rusos pasaron a formar parte de los Aliados, y fueron liberados. De esta forma, Marcelo, su hermana, y su madre vivieron los últimos años de la guerra en Rusia, país en el que Diamand terminó sus estudios secundarios y, finalmente, lograron reunirse con su padre en 1947 en la República Argentina.

Una vez en Argentina, a Diamand no le reconocieron sus estudios, por lo que tuvo que rendir el secundario libre en 1948, y en 1949 ingresó en la Facultad de Ingeniería. Mientras cursaba el segundo año de su carrera, en 1951, se casó y, por la misma época, compró una antigua mueblería donde luego establecería su primer taller de reparación de radios, comenzando así su actividad empresarial. Diamand, ingeniero de profesión, también resultó ser un destacado empresario, especialmente en los años 60 y 70 con su empresa Tonomac, y ocupó distintos cargos en la UIA así como en distintas cámaras empresariales.

Luego de las crisis de los años 1962 y 1963, y a partir de una creciente preocupación por los asuntos económicos del país, Marcelo Diamand empezó a estudiar los problemas económicos de la Argentina, especialmente aquellos de índole macroeconómica.

Durante la última dictadura cívico-militar, su empresa, Tonomac, debió abandonar paulatinamente sus líneas productivas hasta transformarse en una empresa importadora. Este hecho, sumado al fallecimiento de su padre y a los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson, provocaron que Diamand se fuera retirando poco a poco de la vida pública. Falleció en 2007, dejando atrás un inmenso legado, plagado de teorías propias, para el pensamiento económico nacional.

En una entrevista realizada por Hugo Chumbita para la Revista Unidos, en el año 1989, Diamand se describía así mismo como un “ex ingeniero”:

Soy ingeniero y empresario. Fundé mi propia empresa electrónica, orientada a la integración nacional y a la tecnología nacional, que empezó siendo muy chiquita y se convirtió en una empresa mediana tirando a grande. Durante mi vida empresaria me enfrenté con distintos obstáculos que provenían del contexto económico, para los que no encontraba suficientes explicaciones. La defensa de mis intereses y los del sector me llevó a incursionar en la dirigencia empresarial. […] Por otra parte, desde la crisis de 1962–63, empalmando con algunos conocimientos de ciencias sociales que tenía, me puse a investigar los temas macroeconómicos, lo cual por el tiempo que le dedico se convirtió al fin en mi profesión. De ahí que un poco en chiste, suelo definirme como un ex ingeniero.

Por su parte, el entrevistador, Chumbita, lo presentaba, con anterioridad, como un economista que ha tentado tenazmente una teoría del crónico desequilibrio estructural argentino, y es a la vez dirigente de la Unión Industrial, lo cual podría sugerir que los empresarios son “menos liberales que antes.”

El problema

La obra de Marcelo Diamand es sumamente amplia. Quizás sus textos más famosos, o al menos los más difundidos en las facultades de economía sean “ La estructura productiva desequilibrada argentina y el tipo de cambio” o “El péndulo argentino: ¿hasta cuando?”, pero lo cierto es que escribió varios libros tales como “Doctrinas económicas, desarrollo e independencia” y difundió numerosos artículos a través del Centro de Estudios Industriales.

En el primer capítulo del libro citado anteriormente, el autor empieza argumentando cuáles son “los falsos dilemas en el debate económico nacional”. Desde hace más de dos décadas y en contraste con el crecimiento sostenido de la economía mundial, en la Argentina los breves períodos de crecimiento se alternan con recesiones durante las cuales cae el nivel de actividad económica, se paraliza una parte de la capacidad productiva y aparece la desocupación. Frente a este problema, según Diamand, la opinión pública suele tomar posiciones a menudo incoherentes e incluso contradictorias. Para Marcelo, las opiniones tienden a organizarse en dos esquemas antagónicos, cada uno de ellos con cierta coherencia interna, cada uno con un diagnóstico y terapia propios. Estos esquemas son los que él denomina el “liberal u ortodoxo” y el “nacional-populista”. La controversia entre ambos modelos puede resumirse enumerando una serie de dilemas que, desde hace años, polarizan la opinión pública argentina en bandos opuestos. Y estos son:

  1. El desarrollo del agro frente al desarrollo industrial.
  2. Industrias eficientes para exportar frente a la industrialización de base para el mercado interno.
  3. La estabilidad como precondición para el desarrollo en oposición con el desarrollo como precondición de la estabilidad.
  4. El sacrificio popular y la postergación del consumo para incrementar el ahorro, y acelerar así el crecimiento, frente al incremento inmediato del consumo por razones sociales, o sea, el dilema entre lo económico y lo social.
  5. El desarrollo basado en una intensa atracción de capitales extranjeros frente al peligro de entregar a manos extranjeras los mecanismos decisionales del país.
  6. La libertad del mercado frente a la intervención estatal.

Tradicionalmente, se suele decir que la corriente ortodoxa opta por los primeros términos de los dilemas planteados, mientras que la corriente popular suele definirse por los segundos. Y aquí viene lo importante: para Diamand, los dos esquemas de opinión planteados anteriormente, a pesar de las grandes diferencias que las separan, tienen una importante característica en común: ambas aceptan la validez de los dilemas en términos de los cuales se desarrolla el debate nacional, o sea, ambas creen que existe una antonimia entre el agro y la industria y entre la industria para la exportación y para el mercado interno; que -por lo menos a corto plazo- existe incompatibilidad entre la estabilidad y el crecimiento; que, a fin de crecer, alguien tiene que sacrificarse; que el desarrollo basado en capitales extranjeros es intrínsecamente posible y, por último que existe en verdad una opción entre la libertad del mercado y el intervencionismo.

A partir de este razonamiento, Marcelo Diamand se propone entonces demostrar que los dilemas anteriores son ficticios o por lo menos muy exagerados y que todos ellos se basan en el desconocimiento de la solución lateral que los puede hacer desaparecer.

Y a qué se debe este desconocimiento también es explicado por el autor, en numerosas ocasiones. El problema, nace de una crisis del paradigma económico, de la adopción de un esquema de pensamiento que nada tiene que ver con la realidad de países como Argentina, y por ello, para un outsider como él, resulta más fácil la comprensión de los problemas estructurales a los que se enfrenta la economía.

Cuando un ingeniero electrónico se dedica a escribir sobre economía le debe una explicación a sus lectores. Esa explicación se halla, […] en que los problemas económicos argentinos […] se originan en el total divorcio entre las ideas que guían la acción de la sociedad y la realidad. Este fenómeno se debe, en última instancia, a la increíble inadecuación entre el pensamiento de la teoría económica, nacido al comenzar el siglo pasado en los países industriales, y la realidad de los países de estructura productiva desequilibrada de fines del siglo XX.

En la entrevista realizada por Hugo Chumbita en 1989 añadía:

[…] Esta es la ventaja de los “outsiders”. Los que se dedican al análisis económico viniendo de afuera de la profesión aún no tienen cristalizados sus prejuicios. Por ello, tienen una mayor resistencia a las teorías disponibles en el mercado, inadecuadas para nuestra realidad. La inercia intelectual a la que me refiero no es del todo inocente. Sin adherir a ninguna teoría conspirativa de la historia, es indudable que ciertos sectores y países adoptan más fácilmente las ideas que convergen con sus intereses o racionalizan su poder. Eso sucede en todas las ramas del saber pero sobre todo en la economía, que analiza la distribución de riquezas entre sectores, clases, países, y que inspira medidas de política económica nacionales e internacionales que influyen sobre esa distribución. Sería ingenuo pretender que la elección de los esquemas sea totalmente imparcial.

Siguiendo a Diamand, este divorcio entre teoría y realidad no es algo exclusivo de la economía, sino un problema que aparece continuamente en la evolución científica e intelectual de la humanidad. Aunque, es cierto que en el caso de la disciplina económica el conflicto presenta ciertas particularidades:

En el caso concreto de la ciencia económica, un profesional pasa años de entrenamiento universitario estudiando complejisimas teorías basadas en complejas estructuras conceptuales y respaldadas por elaborados instrumentos matemáticos. Durante el proceso de aprendizaje confía plenamente en que lo que aprende constituye una ciencia objetiva. No se da cuenta de que las premisas sobre las cuales descansa todo el edificio conceptual que se le enseña constituyen una idealización de una realidad ya inexistente en el siglo XIX y de que, además nunca tuvieron nada que ver con la realidad de los países periféricos a la cual pretenden aplicarse. Tampoco logra percibir que estas teorías, presuntamente avalorativas, en realidad afirman la hegemonía de ciertos sectores y países y constituyen una de las más sutiles herramientas de dominio ideológico que produjo la humanidad.

Cuando -después de años de estudios- al tratar de aplicar sus conocimientos choca con la irrelevancia de todo lo que aprendió y alimenta dudas acerca de su validez y su asepsia científica, ya es demasiado tarde: la estructura conceptual aprendida está tan incorporada que casi irremediablemente bloquea su comprensión de la realidad.

Hemos de reconocer que, en esto último, nuestra discrepancia con Marcelo es grande. Nunca es tarde. Historias Económicas existe para que no sea tarde.

La estructura productiva desequilibrada

Si bien, como mencionamos anteriormente, la obra de Diamand es extensa y de ser este un blog serio escribiríamos varios especiales, uno de sus mayores aportes conceptuales es el de “estructura productiva desequilibrada”, al cual dedicaremos algunas palabras.

Como señalamos anteriormente, lo que llevó a al ex ingeniero a estudiar los problemas macroeconómicos fueron los problemas cotidianos a los que se enfrentaba con frecuencia, tal y como relataba:

Yo me inicié en 1951, cuando el desafío era tratar de sacar un producto frente a gravísimos problemas de abastecimiento de materias primas y componentes esenciales. […]. Con el tiempo los problemas fueron cambiando, aparecieron otras dificultades como la iliquidez, el corte de créditos bancarios, grandes devaluaciones, falta de demanda. No hubo un solo año en que tuviera tranquilidad para dedicarme plenamente a lo que debiera ser propio del empresario: cómo aumentar la eficiencia o mejorar mi posición en el mercado. En todo caso esas preocupaciones siempre se mezclaban con las preocupaciones por otros grandes problemas que atravesaba el país y que creaban graves dificultades a la empresa.

Para Marcelo Diamand, la principal característica esencial de los países exportadores primarios en proceso de industrialización es que tienen una estructura productiva desequilibrada, esto es, una estructura productiva compuesta por dos sectores que trabajan con diferentes productividades y diferentes niveles de precios. Por un lado, el sector primario (el agropecuario, en el caso de Argentina), que por sus ventajas comparativas es más productivo y trabaja a precios internacionales, y por otro, el industrial, cuya productividad es relativamente menor y trabaja a un nivel de costos y precios considerablemente superior al internacional.

En el texto “¿Por qué en la Argentina fallan las teorías económicas?” (Parte 1), Diamand recalca la importancia de distinguir el concepto de productividad del de eficiencia. La productividad es definida como la producción obtenida por unidad de recursos empleados. Según el factor de producción que queremos investigar, podremos distinguir diferentes productividades: la de capital, de mano de obra, de la tierra, etc. En adelante nos vamos a ocupar fundamentalmente de la productividad de la mano de obra, definiéndola como el valor de la producción medida a precios internacionales y obtenida por hora hombre.

Mientras que la productividad mide una simple relación aritmética entre el resultado y los recursos invertidos, el concepto de eficiencia implica siempre una comparación con un patrón de referencia ideal. Aplicado a la economía, denota la relación entre la producción de bienes y servicios obtenida y la que se estima posible de obtener en condiciones de máxima capacidad y dedicación, con la misma dotación de recursos.

Las comparaciones de eficiencia entre dos unidades productivas, explica el autor, resultan sencillas siempre y cuando exista igualdad de condiciones entre una y otra. Una determinada empresa puede ser calificada como eficiente o no, ya que siempre es posible comparar su nivel de productividad con el de otras empresas que operan en el mismo país en condiciones similares. Pero, cuando las condiciones cambian, el análisis se vuelve complejo. Así como resulta difícil comparar la eficiencia de un obrero que utiliza una pala, versus un obrero que maneja una topadora, […] El juicio se hace mucho más difícil cuando abarca rubros enteros de actividad -por ejemplo, siderurgia o petroquímica argentina. En este caso, no existen referencias comparativas con actividades que se desenvuelvan en condicio­nes iguales. […] El calificativo de eficiencia pierde definitivamente sentido cuando se lo aplica a los sectores enteros de productividad, comparándolos con sectores iguales de otros países, tal como sucede cuando se emiten juicios sobre la industria argentina.

A partir de esta distinción, lo que Marcelo Diamand busca argumentar es que si bien es cierto que la industria trabaja a precios superiores a los del sector agropecuario, esta diferencia no se debe a una menor eficiencia de la industria, sino a una menor productividad, y lo más importante: no resuelve el dilema “desarrollo del agro versus desarrollo de la industria”.

Así el juicio “la industria es ineficiente”, tan frecuentemente escuchado en los países exportadores primarios en proceso de industrialización, se debería interpretar en el sentido de que, dado el nivel de productividad que caracteriza la industria, hubiese sido más eficiente haberse asignado los recursos a otras actividades. ¿Deberíamos entonces abandonar toda actividad industrial? O por el contrario, ¿por qué deberíamos mantenerla?

Existe en la economía clásica el principio de la óptima división del trabajo internacional o, lo que es lo mismo, el de las ventajas comparativas, según el cual cada país debería seleccionar aquellas actividades en las cuales su productividad es mayor, exportar los productos provenientes de estas actividades e importar los demás bienes que necesita. De acuerdo a este principio, los países exportadores primarios no deberían desarrollar industrias, sino estimular al máximo su producción primaria y adquirir los productos industriales en el exterior. Mientras las actividades primarias pueden dar empleo a toda la población, y su expansión es capaz de asegurar, por sí sola, el crecimiento de la economía, y, además, mientras la política económica se base en consideraciones estáticas y a corto plazo, este tipo de desarrollo puede ser considerado como óptimo.

Pero en la vida real esto no ocurre. La explotación de un recurso natural (aún explotado intensivamente) siempre deja mano de obra ociosa (más, ante el avance de la tecnología), sumado a las limitaciones del lado de la demanda (crisis económicas de los países importadores, conflictos internacionales, cosechas excepcionales buenas en países importadores, sustitución de materias primas por productos sintéticos, restricciones a la importación de los países demandantes, etc.)

Una vez que surgen las limitaciones al ingreso derivado de la producción primaria -sean estas de oferta o de demanda aparece la desocupación de mano de obra y de los recursos; la que puede ser disfrazada con mano de obra dedicada a tareas primitivas de subsistencia de ínfima productividad o en casos extremos, abierta. Deja de regir así la premisa de pleno aprovechamiento de recursos en el cual se basa el principio de la óptima división del trabajo internacional. Seguir los dictados de este principio cuando no rigen los supuestos que le dieron validez, equivaldría a limitar arbitrariamente el nivel de actividad de un país a la magnitud determinada por las posibilidades de crecimiento de su sector tradicional.

En estas circunstancias se impone una política de industrialización que permite explotar recursos que de otra forma quedarían ociosos. Aunque la utilización de estos recursos se haga a una productividad comparativa menor que la del sector tradicional, mientras la producción de éste no se ve afectada, la incorporación de las nuevas actividades hacen aumentar el producto del país. Por lo tanto, cuando no existe la posibilidad de utilizar todos los recursos en las actividades más productivas, su utilización, aunque sea en actividades de menor productividad comparativa, significa la asignación de recursos más eficiente dentro de las restricciones existentes.

La decisión de industrializar provoca el surgimiento de una estructura productiva desequilibrada, con dos sectores con productividades y precios distintos. Y esto supone un problema: la industria tiene dificultades para exportar, por lo que se ve restringida al abastecimiento interno. En consecuencia, el sector más dinámico, cuyo crecimiento se promueve, se convierte en un consumidor neto de divisas sin contribuir a proveerlas.

Esto lleva, en forma progresiva, al crónico estrangulamiento externo, característica de las posteriores etapas de desarrollo de las estructuras desequilibradas. El proceso culmina en la aparición de un nuevo modelo económico, en el cual la limitación al crecimiento no está dada por la capacidad de ahorro, por la eficiencia, como sucede en el modelo clásico, ni tampoco por la demanda global, como en el modelo keynesiano, sino específicamente por la crónica escasez de divisas.

Ahora bien, ¿qué otros problemas plantea una estructura productiva desequilibrada? ¿Tienen solución? ¿El precio internacional de un bien depende únicamente de la productividad o de la “eficiencia”? ¿Puede un país ser poco productivo y a su vez, ser competitivo internacionalmente? Las respuestas en la próxima entrega de Historias Económicas.

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